viernes, 24 de julio de 2015

Fabulas: Las hormigas

Las hormigas
Por: Samaniego

Lo que hoy las hormigas son
eran los hombres antaño:
de lo propio y de lo extraño
hacían su provisión.
Júpiter que tal pasión
notó de siglos atrás,
no pudiendo aguantar más,
en hormigas los transforma.
Ellos mudaron de forma;
¿y de costumbres? Jamás.

Moraleja de la fabula:

Una nueva imagen o apariencia,
 no hace que los viejos defectos y desvirtudes de las personas cambien.

jueves, 23 de julio de 2015

Fabulas: La mona

La mona
Por: Samaniego


Subió una mona a un nogal
y cogiendo una nuez verde,
en la cáscara la muerde,
aunque le supo muy mal.
Arrojóla el animal
y se quedó sin comer.
Así suele suceder
a quien su empresa abandona,
porque halla, como la mona,
al principio qué vencer.

Moraleja de la fabula:

Es importante seguir adelante con nuestras metas y no abandonarlas al primer obstáculo,
 como lo hizo la mona, que por hacerlo se quedo con hambre.



Fabulas: El camello y la pulga

El camello y la pulga
Por: Samaniego

Al que ostenta valimiento
cuando su poder es tal
que ni influye en bien ni en mal,
le quiero contar un cuento:
En una larga jornada
un camello muy cargado
exclamó ya fatigado:
«¡Oh, qué carga tan pesada!»
Doña pulga, que montada
iba sobre él, al instante
se apea y dice arrogante:
«Del peso te libro yo.»
El camello respondió:
«Gracias, señor elefante.»

Moraleja de la fabula:

Es mejor ser conscientes de nuestras limitaciones 
antes de ostentar o presumir cosas que no podemos hacer.

miércoles, 22 de julio de 2015

Fabulas: Un cojo y un picarón

Un cojo y un picarón
Por: Samaniego

A un buen cojo un descortés
insultó atrevidamente.
Oyólo pacientemente
continuando su carrera,
cuando al son de la cojera
dijo el otro: « Una, dos, tres,
cojo es.»
Oyólo el cojo; aquí fue
donde el buen hombre perdió
los estribos, pues le dio
tanta cólera y tal ira,
que la muleta le tira,
quedándose, ya se ve,
sobre un pie.
«Sólo el no poder correr
para darte el escarmiento
-dijo el cojo- es lo que siento,
que este mal no me atormenta.»
Porque al hombre sólo afrenta
lo que supo merecer,
padecer.

Moraleja de la fabula:

Es mejor ser calmo ante la adversidad en lugar de dejarse llevar por las emociones



martes, 21 de julio de 2015

Fabulas: El león vencido por el hombre

El león vencido por el hombre
Por: Samaniego


Cierto artífice pintó
una lucha en que, valiente,
un hombre tan solamente
a un horrible león venció.
Otro león, que el cuadro vio,
sin preguntar por su autor,
en tono despreciador
dijo: Bien se deja ver
que es pintar como querer,
y no fue león el pintor

Moraleja de la fabula:

A veces sin querer vemos lo que pasa en la vida de acuerdo nuestra interpretación aunque a veces esta pueda ser errónea, por eso es mejor hacer reflexión y analizar detenidamente las cosas para poder verlas como realmente son.


lunes, 6 de julio de 2015

Mitos y Leyendas: Teseo y el Minotauro

Teseo y el Minotauro
Mitos Griegos

Se cuenta que, en una ocasión, Pasifae, esposa del rey de Creta, Minos, incurrió en la ira de Poseidón, y, este, como castigo, la condenó a dar a luz a un hijo deforme: el Minotauro, el cual tenía un enorme cuerpo de hombre y cabeza de toro. Para esconder al “monstruo”, Minos había mandado a construir por el famoso arquitecto Dédalo el laberinto, una construcción tremendamente complicada de la que muy pocos conseguían salir, escondiéndolo en el lugar más apartado.
A cada luna nueva, era imprescindible sacrificar un hombre, para que el Minotauro pudiera alimentarse, pues subsistía gracias a la carne humana. Sin embargo, y cuando este deseo no le era concedido, sembraba el terror y la muerte entre los distintos habitantes de la región.

El rey Minos tenía otro hijo, Androgeo, el cual, estando en Atenas para participar en diversos juegos deportivos, al resultar vencedor fue asesinado por los atenienses, obcecados en los celos que sentían tanto por su fuerza como habilidad. Minos, al enterarse de la trágica noticia, juró vengarse, reuniendo a su ejército y dirigiéndose luego a Atenas, la cual, al no estar preparada para semejante ataque sin previo aviso, tuvo pronto que capitular y negociar la paz.
El rey cretense recibió a los embajadores atenienses, indicándoles que habían asesinado cruelmente a su hijo, e indicando posteriormente que, las condiciones para la paz, eran las siguientes: Atenas enviará cada nueve años siete jóvenes y siete doncellas a Creta, para que, con su vida, pagaran la de su hijo fallecido. Los embajadores se sintieron presos por el terror cuando el rey añadió que los jóvenes serían ofrecidos al Minotauro, pero empero no les quedaba otra alternativa más que la de aceptar tal difícil condición. Tan sólo tuvieron una única concesión: si uno de los jóvenes conseguía el triunfo, la ciudad se libraría del atroz atributo.
Dos veces había pagado ya el terrible precio, pues dos veces una nave de origen ateniense e impulsada por velas había conducido, como se indicaba, a siete doncellas y siete jóvenes para que se dirigieran así a ese fatal destino que les esperaba. Pero, sin embargo, cuando llegó el día en que, por vez tercera, se sorteó el nombre de las víctimas a acudir a tal suerte, Teseo, único hijo del rey de Atenas, Egeo, se arriesgó inclusive a arriesgar su propia vida con tal de librar a la ciudad de aquel horrible futuro. Por tanto, al día siguiente, él y sus compañeros se embarcaron y, el rey, al despedir a su hijo, le comentó entre lágrimas y sollozos que pusieran, en este caso, velas blancas cuando regresase. Partieron, y, a los pocos días después, llegaron a la isla de Creta.
El temido y salvaje Minotauro, recluido en el laberinto, esperaba su comida hambriento. Empero, y hasta el día y la hora previamente establecidos, los jóvenes y las doncellas debían permanecer custodiados en una vivienda, situada a las afueras de la ciudad.
Esta prisión, en la cual los jóvenes eran tratados con la magnanimidad únicamente reservada a las víctimas de los sacrificios, estaba rodeada en sí por un parque que confinaba con el jardín en que las dos hijas de Minos solían pasearse (Fedra y Ariadna).
La fama del valor y de la belleza de Teseo había llegado incluso a oídos de las dos preciosas doncellas, y, sobre todo Ariadna -la mayor de ellas- desea fervientemente conocer y ayudar al joven ateniense.
Cuando, finalmente y tras pasar algunas jornadas, consiguió verlo un día paseando en el parque, lo llamó y le ofreció un ovillo de hijo, indicándole expresamente que representaba su salvación y la de sus compañeros, en tanto en cuanto entraran en el laberinto, deberían atar un cabo a la entrada, y a medida que penetraban en él lo irían devanando regularmente. De tal forma que, una vez muerto el Minotauro, podrían enrollarlo y encontrar así el camino hacia la salida.
Comentándole ésto, sacó de los pliegues de su vestido un puñal y se lo entregó a Teseo, indicándole que estaba arriesgando su vida por él, pues si su padre se enterara de aquello que estaba haciendo, entraría en una cólera y furia inmensas, y le dijo luego que, en caso de que triunfara, la salvara y la llevara con ella.
Al día siguiente, el joven ateniense fue conducido junto a sus demás compañeros al laberinto, y, cuando se halló lo suficiente dentro para no ser visto, ató el ovillo al muro y dejó que el hilo se fuera devanando poco a poco, mientras que, la salvaje bestia, mugía terriblemente presa de la inmensa hambre que tenía.
Teseo, sin embargo, avanzaba sin temor alguno, y finalmente, al entrar en la caverna, se halló frente al terrible Minotauro. Con un espantoso bramido, la bestia se abalanzó sobre el héroe de hoy, que hundió su puñal sobre el cuerpo algo débil del Minotauro. Con un espantoso bramido, y después de llevar a cabo unas cuantas apuñaladas más, el monstruo lanzó un último gemido.
A Teseo, por tanto, únicamente le quedaba enrollar de nuevo el hilo para recorrer el camino a seguir para poder salir de allí. A partir de este momento, no sólo habría salvado incluso a sus compañeros de su terrible destino, sino que incluso habría salvado a su propia ciudad.
Pero cuando la nave estuvo lista para marchar, Teseo, a escondidas, condujo a bordo a Ariadna y también a su bella hermana. Durante el viaje la nave ancló en la isla de Nassos para refugiarse de una furiosa tempestad, y, cuando los vientos se calmaron, no pudieron encontrar a Ariadna, buscándola por todas partes… pero sin encontrarla: se había perdido y se había quedado dormida en un bosque en el que, poco después, fue encontrada por el dios Dioniso, quien la hizo su esposa y la convirtió en inmortal.

Mitos y leyendas: Las brujas

La leyenda de las brujas

Las brujas se quitan la piel antes de volar, la ponen en remojo en una tinaja, y luego alzan el vuelo diciendo ¡Sin Dios ni Santa Maria! para acceder a las fuerzas más oscuras. Cuenta la gente que cuando vuelan, emiten risas y cantos incomprensibles, cuando no resoplan al viento un claro fo-fo-fo, que utilizan también para ahuyentar a los que las descubren. 
Dicen los campesinos que cuando las brujas no vuelan por las noches, descansan bajo las matas de plátano de los conucos. Las brujas succionan la sangre de los niños, y la extraen directamente del ombligo o del dedo gordo del pie, a través del peciolo hueco de una hoja de higuereta, o del de una hoja de Papaya.
 Se cree que las brujas no atacan a los hijos de sus compadres, ni a los mellizos o gemelos. En todas las comunidades rurales hay historias de brujas que fueron descubiertas en pleno vuelo. El proceso de atrapar a una bruja se conoce como "tumbar a una bruja", y los "tumbadores" son personas  con cierto poder, que conocen las oraciones y los rituales especiales para este fin. Dicen que cuando se atrapa a una bruja hay que esperar el amanecer, pues cuando sale el sol el encantamiento se rompe y se puede descubrir la identidad de la maligna mujer. Aseguran que cuando llueve y hace sol, en algún lugar escondido se está casando una bruja... 

Mitos y leyendas: El origen de las rosas

El origen de las rosas
Mitos Griegos

Se considera generalmente que las rosas representan al amor, aunque su simbolismo varía según el número de pétalos y su color: rojo para la pasión, blanco para la pureza, azul para lo imposible, dorado para el poder… Están relacionadas también con la primavera, la regeneración, el orgullo, la victoria y lo místico. En realidad, existen innumerables interpretaciones que dependen del contexto histórico y cultural.
Igual de numerosos son los mitos que intentan explicar su origen. A la mitología clásica se le atribuyen al menos cuatro, aunque la verdad es que resulta difícil localizar estas versiones en los textos de los autores antiguos. Recogemos a continuación las cuatro, por tanto, sin atrevemos a decir cuál es griega, cuál romana o cuál aportación apócrifa posterior.
Una primera versión afirma que Cibeles creó esta flor como venganza contra Afrodita, para que su belleza hiciese competencia a la de la diosa del amor, hasta entonces sin rival.
Otra variante atribuye su creación a la propia Afrodita, quien mientras nacía de la espuma del mar habría querido poner a prueba su poder creando algo igual de hermoso que ella. De su seno surgió entonces una rosa blanca que utilizaría a partir de ese momento como adorno. Un día, Dionisio se acercó a ella y vertió unas gotas de su copa de vino sobre la flor, con lo que esta adquirió su característico tono rosado.
Se dice también que las rosas brotaron de la tierra por primera vez a partir de la sangre de Afrodita, cuando esta se cortó en un pie mientras corría hacia el agonizante Adonis, herido de muerte por un jabalí.
Una cuarta versión cuenta que Dionisio creó los rosales a partir de un zarzal. Una ninfa a la que perseguía se quedó enganchada en las espinas de un arbusto. Al presentarse Dionisio ante la ninfa, esta se sonrojó, y el dios, agradado con la visión de sus mejillas, ordenó al zarzal que se adornase con flores del mismo color. Lo toco con su varilla y de él brotaron entonces las primeras rosas que hubo en el mundo.
Excepto esta última historia, las demás relacionan a la rosa con Afrodita. Lo cierto es que, junto a la anémona y el mirto, era su flor sagrada. Los griegos la apreciaban por encima de cualquier otra flor, y con ella tejían coronas, adornaban a los comensales de los banquetes y honraban las tumbas de los muertos; su imagen aparecía además tallada en las monedas.

jueves, 2 de julio de 2015

El Diablo y el Boxeador

El diablo y el boxeador
Por: Floridor Pérez


Cada  vez  que  andan  mal  los  negocios  del  infierno  y  sus  clientes  
disminuyen, el Diablo parte en gira de propaganda por el mundo.
Disfrazado de simple mortal, recorre campos y ciudades, haciendo 
tentadoras ofertas de riqueza a quienes acepten venderle su alma.
Así llegó a una caleta de pescadores, donde yo solía veranear. El demonio 
hacía  todo  lo  posible  por  ganarse  el  alma  de  un  joven  boxeador,  que  se 
iba convirtiendo en la atracción del lugar.
Durante el día, cada persona en la caleta cumplía sus propias tareas: los 
habitantes, trabajar como hormigas; los turistas, nadar como peces.
Pero  al  caer  la  tarde  se  terminaban  las  diferencias  y  de  uno  en  uno, 
de  pareja  en  pareja,  compadres  y  comadres,  todos  se  encaminaban  a 
la  escuela,  donde  había  instalado  un  ring  para  el  entrenamiento  del 
Pulpo López
Le  llamaban  así  porque  tiraba  los  puños  con  tal  rapidez  que,  al 
término de un combate, su rival declaró: “Sentí como si me golpeara 
con muchos brazos”.
El Pulpo era el ídolo de la comarca y el Demonio pensó que conquistarlo 
le abriría las puertas de toda la región. Pero ni el joven le hacía el menor 
caso, ni el Malo se daba por vencido.
Camuflado entere el público, el Diablo observó sus zapatillas gastadas, 
su pantalón anticuado, su bata desteñida.
—Puedo darte mucho dinero —le dijo al pasar—. ¡Mucho!
—Yo  necesito  poco  dinero  y  sé  cómo  ganarlo  —respondió  el  joven,  que 
trabajaba con su padre en faenas de buceo.
Leyendo  los  diarios  regionales,  que  empezaban  a  llamarlo  “la  nueva 
esperanza   del   box   chileno”,   Satanás   pensó   vencer   su   resistencia 
 despertando su ambición.
Como  si  fuera  uno  de  esos  fanáticos  que  subían  al  ring  a  pedirle  un 
autógrafo, le acercó una libreta en la que había escrito:
—¡Puedo hacerte campeón!
Por  toda  respuesta,  el  joven  simuló  lanzarle  un  recto  al  mentón  y  el 
público  aplaudió  la  broma.  Eso  le  dio  la  endemoniada  idea  de  atacar 
directamente al amor propio del Pulpo.
—¡Atencióóón! —anunció al público— ¡Atencióóón!
—Su  campeóóón…  Dará  hoy  día  una  exhibicióóón…  Peleará  un  solo 
round cooon… ¡Este humilde servidor...!
(Puso  una  mano  en  su  pecho  y  se  dobló  en  una  aparatosa  reverencia. 
Algunos rieron, otros aplaudieron.)
Si me gana —siguió diciendo— yo donaré veinte millones de pesos para 
su preparación. (Ya nadie rió. Todos aplaudieron.)
—Y si pierdes —dijo en voz baja al joven— te daré mucho más, mucho 
más. ¡Pero yo ganaré tu alma!
Ya antes habían llegado a la caleta varios empresarios a tentar al Pulpo 
López, pero al público le pareció que ésta era la mejor oferta y la recibió 
con entusiasmo. El joven se sentía comprometido con la esperanza de su 
gente y no pudo rechazarla.
—Una  sola  cosa  pido  —dijo  el  desconocido  al  párroco,  al  profesor  y  al 
sargento, que serían los jurados del combate.
 —Lo escuchamos —dijo el sargento.
—Nos cambiaremos el calzado: él peleará con mis zapatos de paseo y yo 
con sus zapatos de trabajo.
El  joven  se  apresuró  a  darle  la  mano  en  señal  de  acuerdo  y,  en  secreto, 
envió a su hermano menor de ida y vuelta a casa.
El Diablo fue el primero en subir al ring, llevando en la mano sus zapatos, 
que pensaba cambiar ventajosamente por los del joven.
Tras él, subió el Pulpo, que tomó el calzado del desafiante y dejó en su lugar 
unos rarísimos zapatos de plomo, que Satanás no había visto en su vida.
—Son  los  zapatos  de  trabajo  de  su  rival  —le  explicó  amablemente  el 
árbitro enseñándole a ponérselos.
Con  dificultad,  el  Demonio  lograba  dar  tres  pasos  seguidos  con  ellos, 
mientras el Pulpo se desplazaba ágilmente, avanzando y retrocediendo, 
girando en torno a su rival, sin golpearlo todavía, solo indicándole con 
los  guantes  el  rostro,  el  estómago,  las  costillas  a  izquierda  y  derecha, 
todos los lugares donde podría golpearlo sin piedad, semianclado como 
estaba al piso por el peso de esos zapatos.
No l levaba un mi nuto sobre el  r i ng,  cuando el  Demonio,  al zando los brazos,  
se negó a continuar el combate. Llamó al árbitro y se acercó al jurado:
—¡Estas  no  son  las  condiciones  pactadas!  —alegó—.  Yo  pedí  pelear 
con los “zapatos de trabajo” del boxeador, que son esos botines largos y 
livianos con que he visto entrenar a este jovencito cada día…
—Eso  es  verdad  —le  explicó  amablemente  el  profesor—,  pero  usted 
está peleando con mi ex alumno Tato López, el mejor buzo de la caleta: 
ése  es  su  trabajo  y  ésos  son  sus  zapatos  de  buzo…  Por  ahora,  el  box  es 
solo su afición…
—Aunque gracias a su generoso aporte —agregó ceremonioso el sargento— 
estoy seguro que pronto se convertirá también en su nueva profesión.
El  único  corresponsal  de  prensa  que  había  en  la  caleta  andaba  ese  día 
tierra adentro, visitando a un compadre, de modo que no quedó registro 
gráfico del más breve y famoso desafío de box que se vio en el vecindario.
Al  faltar  su  entrevista,  tampoco  se  supo  el  nombre  de  su  curioso 
desafiante y los diarios regionales debieron hablar solo de “un benefactor 
desconocido”. En cuanto al Pulpo López, al que empezaban a llamar el 
buzo-boxeador, “se limitó a decir que no haría declaraciones”.
Y si él no hablaba, tampoco yo iba a andar contando la última conversación 
con su rival, que oí por pura casualidad:
—Si  usted  aún  no  me  ha  reconocido,  jovencito  —le  dijo  con  falsa 
amabilidad Satanás—, llámeme a las doce en punto de esta noche y yo 
vendré encantado a probarle quién soy.
—No  es  necesario  —respondió  sonriente  el  Pulpo  López.—  ¡No  olvide, 
caballero, que en mi trabajo estoy obligado a ver debajo del agua…!
El Patas de Hilo se fue echando chispas por los ojos.

El Vendedor de Lluvias

El vendedor de lluvias
Por: Hector Hidalgo


La   tienda   se   encontraba   al   fondo   de   una   calle   serpenteante 
  escondida  y  sin  salida  ubicada  en  la  zona  vieja  de  la  ciudad.  Era 
uno  de  esos  lugares  que  sin  buscarse  se  encuentran  y  cuando 
aparecen, así, tan inesperadamente, se adueñan de la situación como si 
siempre hubieran estado entre nuestras preocupaciones.
En la vitrina había una gruesa pátina de polvo color ladrillo molido que 
también se pegaba en los frascos que exhibían una curiosa mercancía, y 
para qué decir al interior de la tienda; parecía que por allí había pasado 
una tormenta de arena como esas fabulosas del desierto del Sahara.
Antes  de  entrar  me  volví  a  fijar  en  la  frasquería  de  la  vitrina:  ¿Qué 
podría  significar  esa  extraña  cantidad  de  frascos  cubiertos  con  polvo 
viejo? ¿Por qué tenían esas etiquetitas escritas a mano y en su interior, 
brumas   azules,   verdes,   amarillas,   rojas?   ¿Por   qué   esas   brumas   se 
desplazaban  como  si  lo  hicieran  de  acuerdo  a  la  acción  de  minúsculos 
vientos invisibles? Los frascos estaban llenos y sellados, a excepción de uno que se encontraba abierto y con su tapa en el piso de la vitrina. Muy 
cerca del frasco vacío había un letrero donde se podía leer: “Vendo todo 
tipo de lluvias”.
En el interior de la tienda vi a un anciano sonriente, envuelto en un largo 
abrigo oscuro y con una bufanda enrollada hasta las orejas.
—¿Es  verdad  que  vende  lluvias?  —dije  como  saludo,  incrédulo.  Pero 
también pensando en mi pueblo que sufría una sequía de meses.
—Lo estaba esperando. Como ya es tarde, después de atenderlo a usted, 
cerraré.  ¿Cuánta  lluvia  necesita?  Dígamelo  de  una  vez,  que  para  eso  se 
requiere hacer un trabajo muy especial.
El  cielo  estaba  arrebolado,  con  los  tintes  rojizos  propios  del  atardecer 
y  se  apreciaba  prácticamente  despejado,  como  hacía  tanto  tiempo 
en  todos  estos  lugares  y  también  en  mi  pueblo.  “¿Esperando?”,  pensé. 
 “¿De dónde, si ni siquiera tenía la intención de llegar a este callejón sin 
salida?” Pero como creo en los momentos mágicos, en esos instantes que 
surgen inesperadamente y que generan territorios nuevos por explorar, 
le respondí como si estuviera diciendo la cosa más natural del mundo:
—Necesito suficiente lluvia como para apagar la sed de mi pueblo, de los 
animales, de las plantas, en fin, de la gente…
—Sí. Ya lo sé. Todos andan en lo mismo. No se imagina cuánto trabajo he 
tenido últimamente.
El  anciano  se  desprendió  del  abrigo  y  de  la  bufanda  ¡y  me  pareció  tan 
delgado  y  con  tantos  años  a  cuestas!  Enseguida  se  restregó  los  dedos  e 
hizo un gesto como si hubiera pronunciado: “¡Manos a la obra!”
Yo  abrí  tamaños  ojos  cuando  vi  que  tomó  una  gran  caja  y  abriendo  la 
puerta interior de la vitrina que daba a la calle, comenzó a tomar algunos
Mi pregunta debió haberle sonado tan estúpida, pero quise asegurarme; 
es que estaba tan entusiasmado con todo eso de los vientos y las nubes. 
El anciano sonrió mientras echaba los frascos en la caja y me pasaba la 
boleta de pago.
—¿Qué  más?  —repitió  mi  tonta  pregunta—,  un  paraguas,  pues  lo 
necesitará  muy  pronto.  Ah,  se  me  olvidaba.  Destape  los  frascos  en  el 
cerro más alto de su pueblo y después… a esperar los resultados.
Cuando en el cielo ya aparecían las primeras estrellas, salí de la tienda 
cargando una enorme caja. Tenía que apresurarme para tomar el último 
bus  que  me  llevaría  a  mi  pueblo.  Mientras,  sentía  en  mi  pecho  un 
arrobamiento como los que experimenté siendo niño, cuando apresuré 
el sueño para despertar con la Navidad a la mañana siguiente, o cuando 
me  instalé  en  el  tren  que  me  llevaría  por  primera  vez  a  ver  el  mar,  o 
cuando  llegó  mi  padre  con  una  canasta  repleta  con  frutas,  y,  además, 
 todos esos otros “cuandos” que guardaba en mi alma como el mejor de 
los tesoros.
De  pronto,  no  sé  por  qué  se  me  ocurrió  mirar  hacía  la  tienda  y  juraría 
que un vapor azulino se metía en el frasco vacío, ese que estaba olvidado 
en un rincón de la vitrina, muy cerca de donde se encontraba el letrero 
que anunciaba la venta de lluvias.

miércoles, 1 de julio de 2015

Mitos y Leyendas: Los Aluxes

La leyenda de los  Aluxes
País: México

En las noches cuando los hombres se entregan al sueño hay criaturas que salen al mundo. Los Aluxes brotan a la luz de la luna. Pocas personas los ven, porque son ágiles, ligeros y traviesos. Su vida es un continuo jugar. Les gusta chapotear en las aguas, siempre están sonrientes y con ganas de desconcertar a los humanos.
Si de casualidad topan con gente empiezan a molestar con travesuras, tiran piedras y esconden pequeños objetos. Con sus risas descontrola la serenidad y si se asustan, son capaces de armar una algarabía mayúscula.
En esos momentos hay que permanecer tranquilos a sabiendas de quién se trata. Hay que tener paciencia y tratarlos con bondad. Si se hace, se tiene asegurado el porvenir. Las noches no se van a ver inquietadas con la idea de que un mal viento pueda arrasar la casa. Ellos van a estar allí para protegerla. O que una plaga de ratones termine con el maíz del granero, los Aluxes no lo permitirán.
 Se dice que fueron creados por los campesinos a través de un rito especial, para que cuiden sus cultivos. Pero si alguien piensa que se trata de animales o de malos espíritus y trata de ahuyentarlos se vengarán bailando en la milpa hasta destruir los sembradíos o armarán tal alharaca que la quietud de las noches se perderá para siempre.
Desde tiempos inmemoriales han convivido hombres y Aluxes. Como no los vemos en el día no hay una idea clara de cómo deben ser tratados.La tradición nos lo dice: Hay que regalarles comida. Colocar una jicarita con miel o pozol. Son golosinas que los pierden. Beneficiarán al ser que los atiende con cuidados hacia él, su familia y sus campos.