sábado, 20 de junio de 2015

Cuentos Para Niños: Los Cuatro Hermanos Ingeniosos

Los Cuatro Hermanos Ingeniosos
Por: Jacobo y Guillermo Grimm

Había un hombre pobre que tenía cuatro hijos. Cuando se hicieron
mayores, les llamó y dijo:
-Hijos míos, ya es hora de que os marchéis por el mundo, porque yo
no tengo nada que daros. Id por otras tierras, aprended un oficio y salid
adelante como podáis.
Los hermanos se despidieron de su padre y salieron a correr mundo;
caminaron algún tiempo, y llegaron a un cruce de caminos que iban hacia
cuatro sitios distintos. El hermano mayor dijo:
-Vamos a separarnos aquí mismo, y hasta entonces, cada uno de
nosotros buscará fortuna por su cuenta.
Así que los hermanos se fueron cada cual por su lado. El primero se
encontró con un hombre, que le preguntó dónde iba y qué buscaba.
-Voy a aprender un oficio –dijo el muchacho.
Y el hombre le dijo:
-Ven conmigo y aprenderás a ser ladrón.
-No, de ninguna manera; ese no es un oficio honrado, y siempre
termina en la horca.
-¡Bah, no tengas miedo de la horca! Yo sólo te enseñaré a apoderarte de lo que nadie puede coger, sin dejar rastro.
Entonces, el muchacho se dejó convencer, se marchó con el hombre
y a su lado aprendió a ser ladrón muy hábil, que se apoderaba de todo lo
que quería.
El segundo hermano se encontró con otro hombre que le preguntó
dónde iba, y él le dijo que todavía no sabía qué oficio escoger. El hombre le
dijo entonces:
-Ven conmigo y te enseñaré a ser astrónomo. Es un oficio precioso, y
se ve lo que no ven los demás.
Al chico le gustó mucho la idea, y se marchó con el hombre y
aprendió muy bien la astronomía. Cuando ya sabía su oficio, su maestro
le dio un anteojo maravilloso, y le dijo:
-Con este anteojo podrás ver todo lo que hay en el cielo y en la tierra;
no habrá nada que no puedas ver.
El tercer hermano se fue con un cazador que le enseñó todos los
secretos de la caza; aprendió muy bien, y al final se despidió de su maestro,
que le dio una escopeta y le dijo:
-Con esta escopeta acertarás siempre en el blanco; nunca fallarás el
tiro.
Y el más pequeño de los hermanos se encontró también con un
caminante, que le preguntó qué buscaba por el mundo; el chico le explicó
que quería aprender un buen oficio, y el hombre le dijo:
-No te gustaría ser sastre?
-Me parece que no; me aburriría todo el día sentado, dándole a la
aguja. No, francamente no me parece.
-¡Qué bobada! Estas hablando por hablar; yo te enseñaría a ser un
sastre distinto de todos los demás; y ganarías mucho dinero y te harías
famoso.
El pequeño se dejó convencer, se marchó con el hombre y aprendió
a su lado el oficio de sastre y al fin se despidió de su maestro, que le dio una
aguja especial y le dijo:
-Mira, con esta aguja puedes coser cualquier cosa, aunque sea dura
como el acero; y quedará tan bien, que no se notará la costura.
Pasaron cuatro años, y los hermanos se reunieron en el cruce de
caminos donde se habían separado; se dieron muchos abrazos, y juntos
volvieron a la casa de su padre.
-¡Qué alegría! –dijo el padre al verlos- ¡Los buenos vientos os han
traído a mi lado otra vez!
Los muchachos les contaron todas sus aventuras y lo que habían
aprendido. Estaban sentados debajo de un árbol, a la puerta de la casa, y
el padre dijo:
-Voy a ver lo que sabéis. Tú, hijo mío, que has aprendido a mirar al
cielo, dime si eres capaz de ver los huevos que hay en el nido de aquella
rama y dijo:
-En el nido hay cinco huevos.
-Muy bien –dijo el padre-, Pues ahora tú, hijo que presumes de
apoderarte con tanta habilidad de las cosas, a ver si puedes coger los
huevos sin que se entere la pajarita que los está empollando.
El ladrón subió al árbol, y cogió los huevos sin que la pajarita lo
notase siquiera. El padre puso los huevos sobre la mesa, uno en cada
esquina y el quinto en el centro, y le dijo al cazador:
-Ahora, a ver si de un tiro partes por la mitad los cinco huevos.
El muchacho apuntó, disparó y partió los cinco huevos de un sólo
tiro.
-¡muy bien! –Dijo el padre-. Pues ahora tú, hijo pequeño, a ver si
puedes coser los huevos sin que se note que los han partido.
El sastrecillo sacó su aguja y cosió los cinco huevos perfectamente;
luego el ladrón los puso otra vez en el nido, sin que la pajarita se enterase
de nada, y a los pocos días nacieron los pajarillos, y tenían en el cuello una
rayita colorada, que era por donde el sastre había cosido los huevos.
El padre dijo a sus hijos:
-Muy bien, muy bien. Tengo que felicitaros, porque habéis
aprovechado el tiempo y habéis aprendido cosas muy útiles. No sé cuál de
vosotros es el que vale más; cuando llegue la ocasión ya se verá.
Al poco tiempo todo aquel país estuvo en vilo, porque un dragón
había raptado a la hija del rey. El rey estaba desesperado, y se pasaba los
días y las noches pensando cómo podría salvar a su hija; al fin mandó
pregonar que el que la liberara del dragón se casaría con ella. Los cuatro
hermanos, que oyeron el pregón, dijeron:
-Ahora tenemos una buena ocasión de lucirnos.
Decidieron ir en busca de la princesa, y el astrónomo sacó su
anteojo, miró hacia todas partes, y de pronto dijo:
-¡Ya la veo, ya la veo! Está muy lejos, en una roca en medio del mar,
y a su lado veo al dragón, guardándola.
Entonces fue al palacio del rey, le dijo dónde había visto a su hija
y le pidió que le diera un barco para ir con sus hermanos a buscarla. El
rey les dio el barco, y los hermanos salieron por el mar, hacia la roca
donde estaba la princesa; allí la encontraron sentada, y el dragón estaba
dormido con la cabeza apoyada en sus rodillas. El hermano cazador dijo
entonces:
-No puedo disparar, porque mataría también a la princesa.
-No te apures, yo voy a intentar una cosa –dijo el ladrón, y empezó a
arrastrarse por el suelo con mucho cuidado, y sacó a la princesa de la roca
sin que el dragón lo notara. Los muchachos estaban muy contentos, y se subieron al barco con la princesa, para marcharse en seguida de allí; pero
en esto el dragón se despertó, vio que se llevaban la princesa en el barco,
se puso furioso y echó a volar dando unos resoplidos espantosos; estaba
ya encima del barco, cuando el hermano cazador apuntó bien con su
escopeta, y mató al dragón de un tiro en el corazón. Pero como el dragón
era enorme, cuando se cayó sobre el barco lo destrozó, y los hermanos
y la princesa se quedaron en medio del mar, agarrados a unas tablas, y
pensaron que se iban a ahogar. Pero el sastre, en aquel momento, sacó
su aguja y cosió unas cuantas tablas, y desde allí fue recogiendo todos los
pedazos del barco y los cosió muy bien; al poco rato ya pudieron seguir
navegando y al fin llegaron a su tierra.
Cuando el rey vio venir a su hija se puso contentísimo y dijo a los
hermanos:
-Uno de vosotros se casará con ella: decid vosotros mismos quién
será su esposo.
-¡Yo la vi primero, yo la vi primero con mi anteojo! Me casaré yo con
ella, porque si no es por mí, no la hubiéramos podido salvar.
El ladrón decía:
-¡Yo la saqué de la roca sin que lo notara el dragón! Yo me casaré
con ella.
El cazador decía:
-¡Yo maté al dragón! Si no es por mí, a estas horas la princesa y
todos nosotros estaríamos muertos. Yo me casaré con ella.
Y el sastrecillo decía:
-¡Yo cosí el barco! Si no lo llego a coser, estaríamos todos ahogados.
Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 83
Entonces dijo el rey:
-Ya veo que todos habéis hecho algo para salvar a mi hija; pero
como ella no se va a casar con los cuatro, será mejor que no se case con
ninguno. Lo que haré será daros a cada uno parte de mi reino.
A los hermanos les pareció muy bien aquella idea, y dijeron:
-Si, es mucho mejor que nos den una parte del reino a cada uno; así
no nos pelearemos.
Y el rey les dio hermosas tierras y castillos, y todos vivieron contentos
con su padre hasta que Dios se los quiso llevar.

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