viernes, 24 de julio de 2015

Fabulas: Las hormigas

Las hormigas
Por: Samaniego

Lo que hoy las hormigas son
eran los hombres antaño:
de lo propio y de lo extraño
hacían su provisión.
Júpiter que tal pasión
notó de siglos atrás,
no pudiendo aguantar más,
en hormigas los transforma.
Ellos mudaron de forma;
¿y de costumbres? Jamás.

Moraleja de la fabula:

Una nueva imagen o apariencia,
 no hace que los viejos defectos y desvirtudes de las personas cambien.

jueves, 23 de julio de 2015

Fabulas: La mona

La mona
Por: Samaniego


Subió una mona a un nogal
y cogiendo una nuez verde,
en la cáscara la muerde,
aunque le supo muy mal.
Arrojóla el animal
y se quedó sin comer.
Así suele suceder
a quien su empresa abandona,
porque halla, como la mona,
al principio qué vencer.

Moraleja de la fabula:

Es importante seguir adelante con nuestras metas y no abandonarlas al primer obstáculo,
 como lo hizo la mona, que por hacerlo se quedo con hambre.



Fabulas: El camello y la pulga

El camello y la pulga
Por: Samaniego

Al que ostenta valimiento
cuando su poder es tal
que ni influye en bien ni en mal,
le quiero contar un cuento:
En una larga jornada
un camello muy cargado
exclamó ya fatigado:
«¡Oh, qué carga tan pesada!»
Doña pulga, que montada
iba sobre él, al instante
se apea y dice arrogante:
«Del peso te libro yo.»
El camello respondió:
«Gracias, señor elefante.»

Moraleja de la fabula:

Es mejor ser conscientes de nuestras limitaciones 
antes de ostentar o presumir cosas que no podemos hacer.

miércoles, 22 de julio de 2015

Fabulas: Un cojo y un picarón

Un cojo y un picarón
Por: Samaniego

A un buen cojo un descortés
insultó atrevidamente.
Oyólo pacientemente
continuando su carrera,
cuando al son de la cojera
dijo el otro: « Una, dos, tres,
cojo es.»
Oyólo el cojo; aquí fue
donde el buen hombre perdió
los estribos, pues le dio
tanta cólera y tal ira,
que la muleta le tira,
quedándose, ya se ve,
sobre un pie.
«Sólo el no poder correr
para darte el escarmiento
-dijo el cojo- es lo que siento,
que este mal no me atormenta.»
Porque al hombre sólo afrenta
lo que supo merecer,
padecer.

Moraleja de la fabula:

Es mejor ser calmo ante la adversidad en lugar de dejarse llevar por las emociones



martes, 21 de julio de 2015

Fabulas: El león vencido por el hombre

El león vencido por el hombre
Por: Samaniego


Cierto artífice pintó
una lucha en que, valiente,
un hombre tan solamente
a un horrible león venció.
Otro león, que el cuadro vio,
sin preguntar por su autor,
en tono despreciador
dijo: Bien se deja ver
que es pintar como querer,
y no fue león el pintor

Moraleja de la fabula:

A veces sin querer vemos lo que pasa en la vida de acuerdo nuestra interpretación aunque a veces esta pueda ser errónea, por eso es mejor hacer reflexión y analizar detenidamente las cosas para poder verlas como realmente son.


lunes, 6 de julio de 2015

Mitos y Leyendas: Teseo y el Minotauro

Teseo y el Minotauro
Mitos Griegos

Se cuenta que, en una ocasión, Pasifae, esposa del rey de Creta, Minos, incurrió en la ira de Poseidón, y, este, como castigo, la condenó a dar a luz a un hijo deforme: el Minotauro, el cual tenía un enorme cuerpo de hombre y cabeza de toro. Para esconder al “monstruo”, Minos había mandado a construir por el famoso arquitecto Dédalo el laberinto, una construcción tremendamente complicada de la que muy pocos conseguían salir, escondiéndolo en el lugar más apartado.
A cada luna nueva, era imprescindible sacrificar un hombre, para que el Minotauro pudiera alimentarse, pues subsistía gracias a la carne humana. Sin embargo, y cuando este deseo no le era concedido, sembraba el terror y la muerte entre los distintos habitantes de la región.

El rey Minos tenía otro hijo, Androgeo, el cual, estando en Atenas para participar en diversos juegos deportivos, al resultar vencedor fue asesinado por los atenienses, obcecados en los celos que sentían tanto por su fuerza como habilidad. Minos, al enterarse de la trágica noticia, juró vengarse, reuniendo a su ejército y dirigiéndose luego a Atenas, la cual, al no estar preparada para semejante ataque sin previo aviso, tuvo pronto que capitular y negociar la paz.
El rey cretense recibió a los embajadores atenienses, indicándoles que habían asesinado cruelmente a su hijo, e indicando posteriormente que, las condiciones para la paz, eran las siguientes: Atenas enviará cada nueve años siete jóvenes y siete doncellas a Creta, para que, con su vida, pagaran la de su hijo fallecido. Los embajadores se sintieron presos por el terror cuando el rey añadió que los jóvenes serían ofrecidos al Minotauro, pero empero no les quedaba otra alternativa más que la de aceptar tal difícil condición. Tan sólo tuvieron una única concesión: si uno de los jóvenes conseguía el triunfo, la ciudad se libraría del atroz atributo.
Dos veces había pagado ya el terrible precio, pues dos veces una nave de origen ateniense e impulsada por velas había conducido, como se indicaba, a siete doncellas y siete jóvenes para que se dirigieran así a ese fatal destino que les esperaba. Pero, sin embargo, cuando llegó el día en que, por vez tercera, se sorteó el nombre de las víctimas a acudir a tal suerte, Teseo, único hijo del rey de Atenas, Egeo, se arriesgó inclusive a arriesgar su propia vida con tal de librar a la ciudad de aquel horrible futuro. Por tanto, al día siguiente, él y sus compañeros se embarcaron y, el rey, al despedir a su hijo, le comentó entre lágrimas y sollozos que pusieran, en este caso, velas blancas cuando regresase. Partieron, y, a los pocos días después, llegaron a la isla de Creta.
El temido y salvaje Minotauro, recluido en el laberinto, esperaba su comida hambriento. Empero, y hasta el día y la hora previamente establecidos, los jóvenes y las doncellas debían permanecer custodiados en una vivienda, situada a las afueras de la ciudad.
Esta prisión, en la cual los jóvenes eran tratados con la magnanimidad únicamente reservada a las víctimas de los sacrificios, estaba rodeada en sí por un parque que confinaba con el jardín en que las dos hijas de Minos solían pasearse (Fedra y Ariadna).
La fama del valor y de la belleza de Teseo había llegado incluso a oídos de las dos preciosas doncellas, y, sobre todo Ariadna -la mayor de ellas- desea fervientemente conocer y ayudar al joven ateniense.
Cuando, finalmente y tras pasar algunas jornadas, consiguió verlo un día paseando en el parque, lo llamó y le ofreció un ovillo de hijo, indicándole expresamente que representaba su salvación y la de sus compañeros, en tanto en cuanto entraran en el laberinto, deberían atar un cabo a la entrada, y a medida que penetraban en él lo irían devanando regularmente. De tal forma que, una vez muerto el Minotauro, podrían enrollarlo y encontrar así el camino hacia la salida.
Comentándole ésto, sacó de los pliegues de su vestido un puñal y se lo entregó a Teseo, indicándole que estaba arriesgando su vida por él, pues si su padre se enterara de aquello que estaba haciendo, entraría en una cólera y furia inmensas, y le dijo luego que, en caso de que triunfara, la salvara y la llevara con ella.
Al día siguiente, el joven ateniense fue conducido junto a sus demás compañeros al laberinto, y, cuando se halló lo suficiente dentro para no ser visto, ató el ovillo al muro y dejó que el hilo se fuera devanando poco a poco, mientras que, la salvaje bestia, mugía terriblemente presa de la inmensa hambre que tenía.
Teseo, sin embargo, avanzaba sin temor alguno, y finalmente, al entrar en la caverna, se halló frente al terrible Minotauro. Con un espantoso bramido, la bestia se abalanzó sobre el héroe de hoy, que hundió su puñal sobre el cuerpo algo débil del Minotauro. Con un espantoso bramido, y después de llevar a cabo unas cuantas apuñaladas más, el monstruo lanzó un último gemido.
A Teseo, por tanto, únicamente le quedaba enrollar de nuevo el hilo para recorrer el camino a seguir para poder salir de allí. A partir de este momento, no sólo habría salvado incluso a sus compañeros de su terrible destino, sino que incluso habría salvado a su propia ciudad.
Pero cuando la nave estuvo lista para marchar, Teseo, a escondidas, condujo a bordo a Ariadna y también a su bella hermana. Durante el viaje la nave ancló en la isla de Nassos para refugiarse de una furiosa tempestad, y, cuando los vientos se calmaron, no pudieron encontrar a Ariadna, buscándola por todas partes… pero sin encontrarla: se había perdido y se había quedado dormida en un bosque en el que, poco después, fue encontrada por el dios Dioniso, quien la hizo su esposa y la convirtió en inmortal.

Mitos y leyendas: Las brujas

La leyenda de las brujas

Las brujas se quitan la piel antes de volar, la ponen en remojo en una tinaja, y luego alzan el vuelo diciendo ¡Sin Dios ni Santa Maria! para acceder a las fuerzas más oscuras. Cuenta la gente que cuando vuelan, emiten risas y cantos incomprensibles, cuando no resoplan al viento un claro fo-fo-fo, que utilizan también para ahuyentar a los que las descubren. 
Dicen los campesinos que cuando las brujas no vuelan por las noches, descansan bajo las matas de plátano de los conucos. Las brujas succionan la sangre de los niños, y la extraen directamente del ombligo o del dedo gordo del pie, a través del peciolo hueco de una hoja de higuereta, o del de una hoja de Papaya.
 Se cree que las brujas no atacan a los hijos de sus compadres, ni a los mellizos o gemelos. En todas las comunidades rurales hay historias de brujas que fueron descubiertas en pleno vuelo. El proceso de atrapar a una bruja se conoce como "tumbar a una bruja", y los "tumbadores" son personas  con cierto poder, que conocen las oraciones y los rituales especiales para este fin. Dicen que cuando se atrapa a una bruja hay que esperar el amanecer, pues cuando sale el sol el encantamiento se rompe y se puede descubrir la identidad de la maligna mujer. Aseguran que cuando llueve y hace sol, en algún lugar escondido se está casando una bruja... 

Mitos y leyendas: El origen de las rosas

El origen de las rosas
Mitos Griegos

Se considera generalmente que las rosas representan al amor, aunque su simbolismo varía según el número de pétalos y su color: rojo para la pasión, blanco para la pureza, azul para lo imposible, dorado para el poder… Están relacionadas también con la primavera, la regeneración, el orgullo, la victoria y lo místico. En realidad, existen innumerables interpretaciones que dependen del contexto histórico y cultural.
Igual de numerosos son los mitos que intentan explicar su origen. A la mitología clásica se le atribuyen al menos cuatro, aunque la verdad es que resulta difícil localizar estas versiones en los textos de los autores antiguos. Recogemos a continuación las cuatro, por tanto, sin atrevemos a decir cuál es griega, cuál romana o cuál aportación apócrifa posterior.
Una primera versión afirma que Cibeles creó esta flor como venganza contra Afrodita, para que su belleza hiciese competencia a la de la diosa del amor, hasta entonces sin rival.
Otra variante atribuye su creación a la propia Afrodita, quien mientras nacía de la espuma del mar habría querido poner a prueba su poder creando algo igual de hermoso que ella. De su seno surgió entonces una rosa blanca que utilizaría a partir de ese momento como adorno. Un día, Dionisio se acercó a ella y vertió unas gotas de su copa de vino sobre la flor, con lo que esta adquirió su característico tono rosado.
Se dice también que las rosas brotaron de la tierra por primera vez a partir de la sangre de Afrodita, cuando esta se cortó en un pie mientras corría hacia el agonizante Adonis, herido de muerte por un jabalí.
Una cuarta versión cuenta que Dionisio creó los rosales a partir de un zarzal. Una ninfa a la que perseguía se quedó enganchada en las espinas de un arbusto. Al presentarse Dionisio ante la ninfa, esta se sonrojó, y el dios, agradado con la visión de sus mejillas, ordenó al zarzal que se adornase con flores del mismo color. Lo toco con su varilla y de él brotaron entonces las primeras rosas que hubo en el mundo.
Excepto esta última historia, las demás relacionan a la rosa con Afrodita. Lo cierto es que, junto a la anémona y el mirto, era su flor sagrada. Los griegos la apreciaban por encima de cualquier otra flor, y con ella tejían coronas, adornaban a los comensales de los banquetes y honraban las tumbas de los muertos; su imagen aparecía además tallada en las monedas.

jueves, 2 de julio de 2015

El Diablo y el Boxeador

El diablo y el boxeador
Por: Floridor Pérez


Cada  vez  que  andan  mal  los  negocios  del  infierno  y  sus  clientes  
disminuyen, el Diablo parte en gira de propaganda por el mundo.
Disfrazado de simple mortal, recorre campos y ciudades, haciendo 
tentadoras ofertas de riqueza a quienes acepten venderle su alma.
Así llegó a una caleta de pescadores, donde yo solía veranear. El demonio 
hacía  todo  lo  posible  por  ganarse  el  alma  de  un  joven  boxeador,  que  se 
iba convirtiendo en la atracción del lugar.
Durante el día, cada persona en la caleta cumplía sus propias tareas: los 
habitantes, trabajar como hormigas; los turistas, nadar como peces.
Pero  al  caer  la  tarde  se  terminaban  las  diferencias  y  de  uno  en  uno, 
de  pareja  en  pareja,  compadres  y  comadres,  todos  se  encaminaban  a 
la  escuela,  donde  había  instalado  un  ring  para  el  entrenamiento  del 
Pulpo López
Le  llamaban  así  porque  tiraba  los  puños  con  tal  rapidez  que,  al 
término de un combate, su rival declaró: “Sentí como si me golpeara 
con muchos brazos”.
El Pulpo era el ídolo de la comarca y el Demonio pensó que conquistarlo 
le abriría las puertas de toda la región. Pero ni el joven le hacía el menor 
caso, ni el Malo se daba por vencido.
Camuflado entere el público, el Diablo observó sus zapatillas gastadas, 
su pantalón anticuado, su bata desteñida.
—Puedo darte mucho dinero —le dijo al pasar—. ¡Mucho!
—Yo  necesito  poco  dinero  y  sé  cómo  ganarlo  —respondió  el  joven,  que 
trabajaba con su padre en faenas de buceo.
Leyendo  los  diarios  regionales,  que  empezaban  a  llamarlo  “la  nueva 
esperanza   del   box   chileno”,   Satanás   pensó   vencer   su   resistencia 
 despertando su ambición.
Como  si  fuera  uno  de  esos  fanáticos  que  subían  al  ring  a  pedirle  un 
autógrafo, le acercó una libreta en la que había escrito:
—¡Puedo hacerte campeón!
Por  toda  respuesta,  el  joven  simuló  lanzarle  un  recto  al  mentón  y  el 
público  aplaudió  la  broma.  Eso  le  dio  la  endemoniada  idea  de  atacar 
directamente al amor propio del Pulpo.
—¡Atencióóón! —anunció al público— ¡Atencióóón!
—Su  campeóóón…  Dará  hoy  día  una  exhibicióóón…  Peleará  un  solo 
round cooon… ¡Este humilde servidor...!
(Puso  una  mano  en  su  pecho  y  se  dobló  en  una  aparatosa  reverencia. 
Algunos rieron, otros aplaudieron.)
Si me gana —siguió diciendo— yo donaré veinte millones de pesos para 
su preparación. (Ya nadie rió. Todos aplaudieron.)
—Y si pierdes —dijo en voz baja al joven— te daré mucho más, mucho 
más. ¡Pero yo ganaré tu alma!
Ya antes habían llegado a la caleta varios empresarios a tentar al Pulpo 
López, pero al público le pareció que ésta era la mejor oferta y la recibió 
con entusiasmo. El joven se sentía comprometido con la esperanza de su 
gente y no pudo rechazarla.
—Una  sola  cosa  pido  —dijo  el  desconocido  al  párroco,  al  profesor  y  al 
sargento, que serían los jurados del combate.
 —Lo escuchamos —dijo el sargento.
—Nos cambiaremos el calzado: él peleará con mis zapatos de paseo y yo 
con sus zapatos de trabajo.
El  joven  se  apresuró  a  darle  la  mano  en  señal  de  acuerdo  y,  en  secreto, 
envió a su hermano menor de ida y vuelta a casa.
El Diablo fue el primero en subir al ring, llevando en la mano sus zapatos, 
que pensaba cambiar ventajosamente por los del joven.
Tras él, subió el Pulpo, que tomó el calzado del desafiante y dejó en su lugar 
unos rarísimos zapatos de plomo, que Satanás no había visto en su vida.
—Son  los  zapatos  de  trabajo  de  su  rival  —le  explicó  amablemente  el 
árbitro enseñándole a ponérselos.
Con  dificultad,  el  Demonio  lograba  dar  tres  pasos  seguidos  con  ellos, 
mientras el Pulpo se desplazaba ágilmente, avanzando y retrocediendo, 
girando en torno a su rival, sin golpearlo todavía, solo indicándole con 
los  guantes  el  rostro,  el  estómago,  las  costillas  a  izquierda  y  derecha, 
todos los lugares donde podría golpearlo sin piedad, semianclado como 
estaba al piso por el peso de esos zapatos.
No l levaba un mi nuto sobre el  r i ng,  cuando el  Demonio,  al zando los brazos,  
se negó a continuar el combate. Llamó al árbitro y se acercó al jurado:
—¡Estas  no  son  las  condiciones  pactadas!  —alegó—.  Yo  pedí  pelear 
con los “zapatos de trabajo” del boxeador, que son esos botines largos y 
livianos con que he visto entrenar a este jovencito cada día…
—Eso  es  verdad  —le  explicó  amablemente  el  profesor—,  pero  usted 
está peleando con mi ex alumno Tato López, el mejor buzo de la caleta: 
ése  es  su  trabajo  y  ésos  son  sus  zapatos  de  buzo…  Por  ahora,  el  box  es 
solo su afición…
—Aunque gracias a su generoso aporte —agregó ceremonioso el sargento— 
estoy seguro que pronto se convertirá también en su nueva profesión.
El  único  corresponsal  de  prensa  que  había  en  la  caleta  andaba  ese  día 
tierra adentro, visitando a un compadre, de modo que no quedó registro 
gráfico del más breve y famoso desafío de box que se vio en el vecindario.
Al  faltar  su  entrevista,  tampoco  se  supo  el  nombre  de  su  curioso 
desafiante y los diarios regionales debieron hablar solo de “un benefactor 
desconocido”. En cuanto al Pulpo López, al que empezaban a llamar el 
buzo-boxeador, “se limitó a decir que no haría declaraciones”.
Y si él no hablaba, tampoco yo iba a andar contando la última conversación 
con su rival, que oí por pura casualidad:
—Si  usted  aún  no  me  ha  reconocido,  jovencito  —le  dijo  con  falsa 
amabilidad Satanás—, llámeme a las doce en punto de esta noche y yo 
vendré encantado a probarle quién soy.
—No  es  necesario  —respondió  sonriente  el  Pulpo  López.—  ¡No  olvide, 
caballero, que en mi trabajo estoy obligado a ver debajo del agua…!
El Patas de Hilo se fue echando chispas por los ojos.

El Vendedor de Lluvias

El vendedor de lluvias
Por: Hector Hidalgo


La   tienda   se   encontraba   al   fondo   de   una   calle   serpenteante 
  escondida  y  sin  salida  ubicada  en  la  zona  vieja  de  la  ciudad.  Era 
uno  de  esos  lugares  que  sin  buscarse  se  encuentran  y  cuando 
aparecen, así, tan inesperadamente, se adueñan de la situación como si 
siempre hubieran estado entre nuestras preocupaciones.
En la vitrina había una gruesa pátina de polvo color ladrillo molido que 
también se pegaba en los frascos que exhibían una curiosa mercancía, y 
para qué decir al interior de la tienda; parecía que por allí había pasado 
una tormenta de arena como esas fabulosas del desierto del Sahara.
Antes  de  entrar  me  volví  a  fijar  en  la  frasquería  de  la  vitrina:  ¿Qué 
podría  significar  esa  extraña  cantidad  de  frascos  cubiertos  con  polvo 
viejo? ¿Por qué tenían esas etiquetitas escritas a mano y en su interior, 
brumas   azules,   verdes,   amarillas,   rojas?   ¿Por   qué   esas   brumas   se 
desplazaban  como  si  lo  hicieran  de  acuerdo  a  la  acción  de  minúsculos 
vientos invisibles? Los frascos estaban llenos y sellados, a excepción de uno que se encontraba abierto y con su tapa en el piso de la vitrina. Muy 
cerca del frasco vacío había un letrero donde se podía leer: “Vendo todo 
tipo de lluvias”.
En el interior de la tienda vi a un anciano sonriente, envuelto en un largo 
abrigo oscuro y con una bufanda enrollada hasta las orejas.
—¿Es  verdad  que  vende  lluvias?  —dije  como  saludo,  incrédulo.  Pero 
también pensando en mi pueblo que sufría una sequía de meses.
—Lo estaba esperando. Como ya es tarde, después de atenderlo a usted, 
cerraré.  ¿Cuánta  lluvia  necesita?  Dígamelo  de  una  vez,  que  para  eso  se 
requiere hacer un trabajo muy especial.
El  cielo  estaba  arrebolado,  con  los  tintes  rojizos  propios  del  atardecer 
y  se  apreciaba  prácticamente  despejado,  como  hacía  tanto  tiempo 
en  todos  estos  lugares  y  también  en  mi  pueblo.  “¿Esperando?”,  pensé. 
 “¿De dónde, si ni siquiera tenía la intención de llegar a este callejón sin 
salida?” Pero como creo en los momentos mágicos, en esos instantes que 
surgen inesperadamente y que generan territorios nuevos por explorar, 
le respondí como si estuviera diciendo la cosa más natural del mundo:
—Necesito suficiente lluvia como para apagar la sed de mi pueblo, de los 
animales, de las plantas, en fin, de la gente…
—Sí. Ya lo sé. Todos andan en lo mismo. No se imagina cuánto trabajo he 
tenido últimamente.
El  anciano  se  desprendió  del  abrigo  y  de  la  bufanda  ¡y  me  pareció  tan 
delgado  y  con  tantos  años  a  cuestas!  Enseguida  se  restregó  los  dedos  e 
hizo un gesto como si hubiera pronunciado: “¡Manos a la obra!”
Yo  abrí  tamaños  ojos  cuando  vi  que  tomó  una  gran  caja  y  abriendo  la 
puerta interior de la vitrina que daba a la calle, comenzó a tomar algunos
Mi pregunta debió haberle sonado tan estúpida, pero quise asegurarme; 
es que estaba tan entusiasmado con todo eso de los vientos y las nubes. 
El anciano sonrió mientras echaba los frascos en la caja y me pasaba la 
boleta de pago.
—¿Qué  más?  —repitió  mi  tonta  pregunta—,  un  paraguas,  pues  lo 
necesitará  muy  pronto.  Ah,  se  me  olvidaba.  Destape  los  frascos  en  el 
cerro más alto de su pueblo y después… a esperar los resultados.
Cuando en el cielo ya aparecían las primeras estrellas, salí de la tienda 
cargando una enorme caja. Tenía que apresurarme para tomar el último 
bus  que  me  llevaría  a  mi  pueblo.  Mientras,  sentía  en  mi  pecho  un 
arrobamiento como los que experimenté siendo niño, cuando apresuré 
el sueño para despertar con la Navidad a la mañana siguiente, o cuando 
me  instalé  en  el  tren  que  me  llevaría  por  primera  vez  a  ver  el  mar,  o 
cuando  llegó  mi  padre  con  una  canasta  repleta  con  frutas,  y,  además, 
 todos esos otros “cuandos” que guardaba en mi alma como el mejor de 
los tesoros.
De  pronto,  no  sé  por  qué  se  me  ocurrió  mirar  hacía  la  tienda  y  juraría 
que un vapor azulino se metía en el frasco vacío, ese que estaba olvidado 
en un rincón de la vitrina, muy cerca de donde se encontraba el letrero 
que anunciaba la venta de lluvias.

miércoles, 1 de julio de 2015

Mitos y Leyendas: Los Aluxes

La leyenda de los  Aluxes
País: México

En las noches cuando los hombres se entregan al sueño hay criaturas que salen al mundo. Los Aluxes brotan a la luz de la luna. Pocas personas los ven, porque son ágiles, ligeros y traviesos. Su vida es un continuo jugar. Les gusta chapotear en las aguas, siempre están sonrientes y con ganas de desconcertar a los humanos.
Si de casualidad topan con gente empiezan a molestar con travesuras, tiran piedras y esconden pequeños objetos. Con sus risas descontrola la serenidad y si se asustan, son capaces de armar una algarabía mayúscula.
En esos momentos hay que permanecer tranquilos a sabiendas de quién se trata. Hay que tener paciencia y tratarlos con bondad. Si se hace, se tiene asegurado el porvenir. Las noches no se van a ver inquietadas con la idea de que un mal viento pueda arrasar la casa. Ellos van a estar allí para protegerla. O que una plaga de ratones termine con el maíz del granero, los Aluxes no lo permitirán.
 Se dice que fueron creados por los campesinos a través de un rito especial, para que cuiden sus cultivos. Pero si alguien piensa que se trata de animales o de malos espíritus y trata de ahuyentarlos se vengarán bailando en la milpa hasta destruir los sembradíos o armarán tal alharaca que la quietud de las noches se perderá para siempre.
Desde tiempos inmemoriales han convivido hombres y Aluxes. Como no los vemos en el día no hay una idea clara de cómo deben ser tratados.La tradición nos lo dice: Hay que regalarles comida. Colocar una jicarita con miel o pozol. Son golosinas que los pierden. Beneficiarán al ser que los atiende con cuidados hacia él, su familia y sus campos.

sábado, 27 de junio de 2015

Mitos y Leyendas: La Xtabay

Leyenda Maya de la Xtabay
País: México

Dice pues la leyenda que la mujer Xtabay era una mujer inmensamente bella  que solía agradar al viajero que por las noches se aventuraba en los caminos del Mayab. Sentada al pie de una frondosa ceiba del bosque, lo atraía con cánticos, con frases dulces de amor, lo seducía, lo embrujaba y cruelmente lo destruía.
Los cuerpos destrozados de esos incautos enamorados aparecían al día siguiente con las más horribles huellas de rasguños, de mordidas y con el pecho abierto por uñas como garras. La mujer Xtabay nace de una planta espinosa, punzadora y mala y si aparece junto a las ceibas, es porque este árbol es sagrado para los hijos de la tierra del faisán y del venado y muchas veces en cobijo y sombra, se acogen bajo sus ramas, confiados en la protección de tan bello y útil árbol.
En un cierto pueblo de la península yucateca vivían dos mujeres; siendo el nombre de una de ellas la Xtabay, decían que estaba enferma de amor y pasión y que todo su afán era prodigar su cuerpo y su belleza que eran prodigiosos, a cuanto mancebo se lo solicitaba. La Xtabay tenía un corazón tan grande que la hacía socorrer a los humildes, amparar al necesitado, curar al enfermo y recoger a los animales que abandonaban por inútiles. Su grandeza de alma la llevaba hasta poblados lejanos para auxiliar al enfermo y se despojaba de las joyas que le daban sus enamorados y hasta de sus finas vestiduras para cubrir la desnudez de los desheredados. Jamás levantaba la cabeza en son altivo, nunca murmuró ni criticó a nadie y con absoluta humildad soportaba los insultos y humillaciones de las gentes. El nombre de la otra mujer era Utz-colel, vivía en una casa bien hecha, limpia y arreglada. Mujer virtuosa y recta, honesta y jamás había cometido ningún desliz ni el mínimo pecado amoroso. Pero era fría, orgullosa, dura de corazón y nunca jamás socorría al enfermo y sentía repugnancia por el pobre. Y un día las gentes del pueblo no vieron salir de su casa a la Xtabay; supusieron que andaba ofreciendo su cuerpo y sus pasiones, transcurrieron los días y de pronto por todo el pueblo se esparció un fino aroma de flores, nadie se explicaba de donde emanaba tan precioso aroma y así, buscando, fueron a dar a la casa de la Xtabay a la que hallaron muerta. Lo extraordinario, es que la Xtabay no estaba sola, varios animales cuidaban de su cuerpo del que brotaba aquel perfume que envolvía al pueblo. A tener conocimiento la Utz-colel de lo ocurrido dijo que era una vil mentira, ya que un cuerpo corrupto como el de la Xtabay, no podía emanar sino podredumbre y pestilencia, más que si tal cosa era verdad, debía ser cosa de los malos espíritus y que así continuaba provocando a los hombres. Agrego la Utz-colel que si de una mujer como la Xtabay escapaba en tal caso ese perfume, cuando ella muriera el perfume que escaparía de su cuerpo sería mucho más aromático y exquisito. La Xtabay fue enterrada y cuentease que al día siguiente, su tumba estaba cubierta de flores hermosas, tan tapizada como una cascada de olorosas florecillas desconocidas en el Mayab. Hoy la florecilla que naciera en la tumba de la Xtabay, es la actual flor Xtabentun que se da en forma silvestre en los caminos. El jugo de esta florecilla embriaga muy agradablemente, como debió ser el amor embriagador y dulce de la Xtabay. Poco después murió la Utz-colel y a su entierro acudió todo el pueblo que había ponderado sus virtudes y cantando y gritando que había muerto virgen y pura. Recordaron lo que había dicho en vida acerca de que al morir, su cadáver debería exhalar un perfume mucho mejor que el de la Xtabay; pero para asombro de todos, comprobaron que a poco de enterrada comenzó a escapar de la tierra floja, todavía, un hedor insoportable, el olor nauseabundo a cadáver putrefacto. Tzacam nombre de cactus erizado de espinas y de mal olor, es la flor que nació sobre la tumba de la Utz-colel, florecilla sin aroma y a veces de olor desagradable, como era el carácter y la falsa virtud de la Utz-colel. No es pues la Xtabay, la mujer que destruye a los hombres después de atraerlos con engaños al pie de las frondosas ceibas. La mujer que aparece en las ceibas es la Utz-colel, que regresa al mundo de los hombres disfrazada de la Xtabay. Aun hoy vaga en las noches de luna llena por los caminos del Mayab, buscando hombres que no gozo en vida, para seducirlos, desgarrarles el pecho y robarles el corazón.                                    .

La conciencia dormida de nuestros antepasados se nos muestra en forma de apariciones. Ellos nos susurran desde los derroteros situados entre el sueño y la vigilia. Nos hablan de nuestros más secretos terrores y deseos, mostrándonos un mundo que aflora en la penumbra de los bosques, un mundo profundo, atado y anudado con lazos ancestrales.



Mitos y Leyendas: La Llorona

Leyenda de la Llorona
 País: México

Este era el lamento que continuamente se escuchaba en la ciudad de México: ¡Ay de mis hijos, que será de mis hijos!. Se daba el toque de queda en la catedral y todos los habitantes de la ciudad cerraban las puertas de sus casas con cuanto tuvieran a la mano. Se encerraban a piedra y lodo, pues nadie quería ni siquiera asomar los ojos hacia fuera. 

Dicen que hasta los viejos soldados conquistadores, que demostraron su valentía en la conquista de México, no querían salir a la calle, al llegar esa hora terrible. Los hombres se encontraban cobardes y a las mujeres les temblaba todo el cuerpo; los corazones se sobresaltaban al oír este gemido terrible, largo, que penetraba hasta los huesos. 

¿Quién podría ser el valiente que se atreviese a salir a la calle ante ese llanto que causaba profunda lástima y que se escuchaba noche a noche por la ciudad entera? ¡La llorona! Clamaba la gente y del puro susto apenas podían murmurar una pequeña oración y con la mano temblorosa hacían la señal de la cruz. Las mujeres oprimían sus rosarios con el corazón, cruces o imágenes que llevaban colgando de sus cuellos.  La ciudad vivía verdaderamente aterrorizada. Cuando se escuchaban los gemidos de esta mujer, más de algún valiente quiso salir a ver quién era la persona que emitía esos gritos tan angustiosos, costándole en ocasiones a unos la vida o a otros el juicio que veían perdidos por el susto. Se decía que esto era cosa de ultratumba, pues si se tratara de gritos humanos, éstos no se escucharían a más de tres calles de distancia y sin embargo estos lamentos se oían por toda la ciudad; traspasaban paredes y todos los habitantes los escuchaban. 

Hubo algunos envalentonados por el vino, que al salir de las tabernas pretendían ir a su encuentro, encontrando en esta hazaña la muerte. Otros quedaron locos de la impresión y los menos, no volvieron a intentar esta aventura y preferían quedarse encerrados en sus casas.  La llorona era una mujer que flotaba en el aire, con un vestido blanco y cubría su descarnado rostro con un velo muy suave, que permitía verle la calavera de su cara. Cruzaba toda la ciudad con mucha lentitud; unas noches por unas calles o plazas y otras por distintas callejuelas; dicen los que la vieron que alzaba los brazos y emitía aquel quejido angustioso que asustaba a todos los que la escuchaban: ¡Ay, ay de mis hijos, que será de mis hijos! Luego se desvanecía en el aire y se trasladaba a otro sitio a emitir sus quejidos.  De una calle a otra, recorría plazas diversas, hasta llegar a la Plaza Mayor; allí se ponía de rodillas, besaba el suelo y se ponía a llorar con mucha desesperación, terminando con un largo ¡Ayyy! . Se levantaba y se encaminaba hacia la orilla del lago caminando lentamente y ahí se perdía, se vaporizaba en el aire y se perdía de vista, no se sabe si se sumergía en las aguas o se disolvía, puesto que los que la llegaron a seguir, dicen que en este sitio se perdía de vista.  Esto pasaba todas las noches en la ciudad de México y verdaderamente tenía inquietos a los habitantes de la ciudad, pues nadie podía explicarse quien era esa mujer y cuál era la razón de sus lamentos. Muchas eran las versiones que se daban en torno al suceso.                                 . 

Unos decían que esta mujer había fallecido lejos de su esposo a quien amaba profundamente y que venía de ultratumba a verle y a llorarle, pues no podía estar con él, pues se decía que dicho caballero había vuelto a contraer nupcias con una bella dama y que ya la había olvidado completamente. Otras lenguas afirmaban que la mujer nunca pudo desposarse con el caballero, pues la sorprendió la muerte antes de que le diera su mano y la razón por la cual venía del más allá, era para volverle a ver, pues resultaba que el tal caballero se encontraba perdido en vicios que perturbaban su alma.  Al decir de otras gentes, se creía que la mujer era viuda y que se lamentaba de esta forma, porque sus hijos huérfanos estaban sumidos en la más honda desgracia, sin que ningún corazón se moviese por ayudarlos. También se corría la versión de que la mujer era una pobre madre a quien le asesinaron a todos sus hijos y que su salir de la tumba era para llorarles. 

Otros afirmaban que había sido una esposa infiel y que como no hallaba paz en la otra vida, venía del mundo de los muertos, con el fin de alcanzar el perdón por sus faltas cometidas en vida. Algunos decían que la mujer había sido asesinada por un marido celoso; se comentaba también que la famosa llorona era la célebre Doña Marina, quien de todos es sabido que vivió amancebada con el conquistador Hernán Cortés y que venía a este mundo con permiso del Cielo, a llenar el aire de lamentaciones, en franca señal de arrepentimiento, por haber traicionado a su pueblo, al ponerse del lado de los conquistadores españoles y que cometieron tantas brutalidades contra su  pueblo.  Esta pobre alma viajaba por todo el país de México, llegando a cada ciudad en donde; en las noches de luna se veía pasar su silueta blanca y profiriendo sus espantosos lamentos que asustaban al ganado; se le llegó a ver hincada al pie de cruces; salía con gran misterio de las cuevas, donde habitaban salvajes fieras emitiendo siempre su lamento ¡Ay, ay de mis hijos, que será   de mis hijos!.      

viernes, 26 de junio de 2015

Mitos y Leyendas: El Mito del Sol y la Luna

El Mito del Sol y la Luna
País: México


Antes de que hubiera día en el mundo, se reunieron los dioses en Teotihuacan. 
-¿Quién alumbrará al mundo?- preguntaron. 
Un dios arrogante que se llamaba Tecuciztécatl, dijo: 
-Yo me encargaré de alumbrar al mundo. 
Después los dioses preguntaron: 
-¿Y quién más? -Se miraron unos a otros, y ninguno se atrevía a ofrecerse para aquel oficio. 
-Sé tú el otro que alumbre -le dijeron a Nanahuatzin, que era un dios feo, humilde y callado, y él obedeció de buena voluntad. 
 Luego los dos comenzaron a hacer penitencia para llegar puros al sacrificio. Después de cuatro días, los dioses se reunieron alrededor del fuego. 
Iban a presenciar el sacrificio de Tecuciztécatl y Nanahuatzin. entonces dijeron: 
-¡Ea pues, Tecuciztécatl! ¡Entra tú en el fuego! y Él hizo el intento de echarse, pero le dio miedo y no se atrevió. 
Cuatro veces probó, pero  no pudo arrojarse 
Luego los dioses dijeron: 
-¡Ea pues Nanahuatzin! ¡Ahora prueba tú! -Y este dios, cerrando los ojos, se arrojó al fuego. 
Cuando Tecuciztécatl vio que Nanahuatzin se había echado al fuego, se avergonzó de su cobardía y también se aventó. 
Después los dioses miraron hacia el Este y dijeron: 
-Por ahí aparecerá Nanahuatzin Hecho Sol-. Y fue cierto. 
Nadie lo podía mirar porque lastimaba los ojos. 
 Resplandecía y derramaba rayos por dondequiera. Después apareció Tecuciztécatl hecho Luna. 
En el mismo orden en que entraron en el fuego, los dioses aparecieron por el cielo hechos Sol y Luna. 
Desde entonces hay día y noche en el mundo




Mitos y Leyendas: El Sapo

Leyenda del Sapo

En un riachuelo cantarín que se encontraba rodeado de flores multicolores habitaba una colonia de sapos que en las tardes lluviosas croaban como una afinada orquesta. Sus cantos graves alegraban el lugar y los animales vecinos: peces, pájaros, mariposas, lagartijas y muchos insectos, disfrutaban de ellos y todos vivían felices. 
Un día, llegó a la colonia un sapo fuerte y guapo y todos lo recibieron y le dieron hospedaje. El sapo al verse rodeado de atenciones empezó a creerse demasiado, pues las sapitas más bonitas lo rodeaban todas las tardes y le pedían que contara sus aventuras por el mundo y que les cantara románticas canciones de amor.
Los otros sapos creyeron que si se portaban como el sapo forastero conquistarían de nuevo a sus novias y empezaron a comportarse mal. Se paseaban de un lado a otro presumiendo sus largas patas, inflaban su pecho y dejaban salir ruidos que aturdían a los vecinos, hacían concursos de saltos y de nado.
 Los demás animales hicieron una junta, pues en aquél lugar ya no era posible vivir, y no estaban dispuestos a abandonarlo y dejarlo en poder de unos sapos presumidos. Todos hablaban al mismo tiempo y cada uno decía lo que se debería hacer para solucionar el asunto. Además se acusaban entre sí por haber recibido al sapo extraño que era el responsable de aquel caos.
Una hormiga anciana puso orden entre todos y les dijo: 
_ Escuchen amigos, desde hace varios días yo ya tengo la solución, es sencilla pero todos debemos de ayudar. 
_ ¿De qué se trata? -preguntó- una hermosa mariposa
_ ¿Los correremos de aquí? - dijo molesto un grillo
_ Nada de eso - contestó la sabia hormiga. Al contrario, organizaremos un gran concurso para elegir al sapo más apuesto.
-_ ¿Qué?- respondieron todos en coro.
_ Miren, les explicó la hormiga, les fabricaremos a todos los sapos un traje de lodo para que concursen y ya verán lo que sucede. 
Al enterarse del concurso, los sapos hicieron largas filas para inscribirse; se entrenaban más y se veían al espejo pensando cada uno que sería el ganador. Llegó el gran día.
Todos los animales traían puestos sus trajes de costureras y sastres y empezaron a vestir a los concursantes. A cada sapo le hicieron un traje de lodo a la medida. Ellos impacientes preguntaban a qué hora podrían verse al espejo.
Los animales estaban agotados, pues habían pasado todo el día trabajando y ya casi era de noche. La hormiga, que iba a elegir al sapo ganador después del desfile de belleza los formó a todos y les dijo:
_ Bien, ya solo falta la prueba de valor, tendrán que pasar toda la noche en este lugar sin moverse para nada. Mañana diré quién es el ganador.
Los sapos se rieron de esa prueba tan sencilla, se acomodaron y se quedaron totalmente quietos. Al otro día ya no aguantaban el sol, no sabían que les había pasado en su suave piel, sentían hinchados los ojos y tenían mucha comezón. Después de un gran rato llegaron todos los animales cargando un gran espejo; al frente de ellos iba la pequeña hormiga. Miró a los sapos ya desesperados e impacientes y les dijo:
---Ustedes mismos sabrán quien es el ganador cuando se miren al espejo. Todos dieron grandes saltos y se pusieron frente al espejo. Su sorpresa fue mucha. No podían creer lo que estaban viendo. Sus cuerpos antes atléticos estaban inflados, igual que sus ojos y su piel que antes era suave, ahora  era rugosa y áspera. 
Molestos voltearon al ver a todos los animales que se reían de ellos. La hormiga les dijo: Ese es su castigo por vanidosos. El traje que se le confeccionó a cada uno de ustedes era puro lodo, que al secarse al sol se volvió tieso y restiró su piel. Ahora serán feos y se esconderán del mundo y solo saldrán en las tardes lluviosas cuando casi nadie pasea. Desde entonces los sapos hibernan para ocultar su fealdad.






lunes, 22 de junio de 2015

Mitos y Leyendas: El Mayab, la Tierra del Faisán y del Venado

Mito maya,el Mayab, la Tierra  del Faisán y del Venado
País: México


Hace mucho, pero mucho tiempo, el señor Itzamná decidió crear una tierra que fuera tan hermosa que todo aquél que la conociera quisiera vivir allí, enamorado de su belleza.  Entonces creó El Mayab, la tierra de los elegidos, y sembró en ella las más bellas flores que adornaran los caminos, creó enormes cenotes cuyas aguas cristalinas reflejaran la luz del sol y también profundas cavernas llenas de misterio. Después, Itzamná le entregó la nueva tierra a los mayas y escogió tres animales para que vivieran por siempre en El Mayab y quien pensara en ellos lo recordara de inmediato. Los elegidos por Itzamná fueron el faisán, el venado y la serpiente de cascabel. Los mayas vivieron felices y se encargaron de construir palacios y ciudades de piedra. Mientras, los animales que escogió Itzamná no se cansaban de recorrer El Mayab. El faisán volaba hasta los árboles más altos y su grito era tan poderoso que podían escucharle todos los habitantes de esa tierra. El venado corría ligero como el viento y la serpiente movía sus cascabeles para producir música a su paso. 
Así era la vida en El Mayab, hasta que un día, los chilam, o sea los adivinos mayas, vieron en el futuro algo que les causó gran tristeza. Entonces, llamaron a todos los habitantes, para anunciar lo siguiente: —Tenemos que dar noticias que les causarán mucha pena. Pronto nos invadirán hombres venidos de muy lejos; traerán armas y pelearán contra nosotros para quitarnos nuestra tierra. Tal vez no podamos defender El Mayab y lo perderemos.  Al oír las palabras de los chilam, el faisán huyó de inmediato a la selva y se escondió entre las yerbas, pues prefirió dejar de volar para que los invasores no lo encontraran. 
Cuando el venado supo que perdería su tierra, sintió una gran tristeza; entonces lloró tanto, que sus lágrimas formaron muchas aguadas. A partir de ese momento, al venado le quedaron los ojos muy húmedos, como si estuviera triste siempre. 
Sin duda, quien más se enojó al saber de la conquista fue la serpiente de cascabel; ella decidió olvidar su música y luchar con los enemigos; así que creó un nuevo sonido que produce al mover la cola y que ahora usa antes de atacar. 
Como dijeron los chilam, los extranjeros conquistaron El Mayab. Pero aún así, un famoso adivino maya anunció que los tres animales elegidos por Itzamná cumplirán una importante misión en su tierra. Los mayas aún recuerdan las palabras que una vez dijo:  —Mientras las ceibas estén en pie y las cavernas de El Mayab sigan abiertas, habrá esperanza. Llegará el día en que recobraremos nuestra tierra, entonces los mayas deberán reunirse y combatir. Sabrán que la fecha ha llegado cuando reciban tres señales. La primera será del faisán, quien volará sobre los árboles más altos y su sombra podrá verse en todo El Mayab. La segunda señal la traerá el venado, pues atravesará esta tierra de un solo salto. La tercera mensajera será la serpiente de cascabel, que producirá música de nuevo y ésta se oirá por todas partes. Con estas tres señales, los animales avisarán a los mayas que es tiempo de recuperar la tierra que les quitaron. 
 Ése fue el anuncio del adivino, pero el día aún no llega. Mientras tanto, los tres animales se preparan para estar listos. Así, el faisán alisa sus alas, el venado afila sus pezuñas y la serpiente frota sus cascabeles. Sólo esperan el momento de ser los mensajeros que reúnan a los mayas para recobrar El Mayab. 


Mitos y Leyendas: El Murciélago

Leyenda del Murciélago
Pais: México


Cuenta la leyenda que el  murciélago una vez fue el ave más bella de la Creación. 
 El murciélago al principio era tal y como lo conocemos hoy y se llamaba biguidibela (biguidi = mariposa y bela = carne; el nombre venía a significar algo así como mariposa desnuda). 
Un día frío subió al cielo y le pidió plumas al creador, como había visto en otros animales que volaban. Pero el creador no tenía plumas, así que le recomendó bajar de nuevo a la tierra y pedir una pluma a cada ave. Y así lo hizo el murciélago, eso sí, recurriendo solamente a las aves con plumas más vistosas y de más colores. 
Cuando acabó su recorrido, el murciélago se había hecho con un gran número de plumas que envolvían su cuerpo. 
Consciente de su belleza, volaba y volaba mostrándola orgulloso a todos los pájaros, que paraban su vuelo para admirarle. Agitaba sus alas ahora emplumadas, aleteando feliz y con cierto aire de prepotencia. Una vez, como un eco de su vuelo, creó el arco iris. Era todo belleza.
Pero era tanto su orgullo que la soberbia lo transformó en un ser cada vez más ofensivo para con las aves.
Con su continuo pavoneo, hacía sentirse chiquitos a cuantos estaban a su lado, sin importar las cualidades que ellos tuvieran. Hasta al colibrí le reprochaba no llegar a ser dueño de una décima parte de su belleza.
Cuando el Creador vio que el murciélago no se contentaba con disfrutar de sus nuevas plumas, sino que las usaba para humillar a los demás, le pidió que subiera al cielo, donde también se pavoneó y aleteó feliz. Aleteó y aleteó mientras sus plumas se desprendían una a una, descubriéndose de nuevo desnudo como al principio. 
Durante todo el día llovieron plumas del cielo, y desde entonces nuestro murciélago ha permanecido desnudo, retirándose a vivir en cuevas y olvidando su sentido de la vista para no tener que recordar todos los colores que una vez tuvo y perdió. 











Mitos y leyendas: El Chom

Leyenda Maya del Chom
País: México



Cuenta la leyenda que en Uxmal, una de las ciudades más importantes de El Mayab, vivió un rey al que le gustaban mucho las fiestas. Un día, se le ocurrió organizar un gran festejo en su palacio para honrar al Señor de la Vida, llamado Hunab ku, y agradecerle por todos los dones que había dado a su pueblo.  El rey de Uxmal ordenó con mucha anticipación los preparativos para la fiesta. Además invitó a príncipes, sacerdotes y guerreros de los reinos vecinos, seguro de que su festejo sería mejor que cualquier otro y que todos lo envidiarían después. Así, estuvo pendiente de que su palacio se adornara con las más raras flores, además de que se prepararan deliciosos platillos con carnes de venado y pavo del monte. Y no podía faltar el balché, un licor embriagante que le encantaría a los invitados. Por fin llegó el día de la fiesta. El rey de Uxmal se vistió con su traje de mayor lujo y se cubrió con finas joyas; luego, se asomó a la terraza de su palacio y desde allí contempló con satisfacción su ciudad, que se veía más bella que nunca. Entonces se le ocurrió que ese era un buen lugar para que la comida fuera servida, pues desde allí todos los invitados podrían contemplar su reino. El rey de Uxmal ordenó a sus sirvientes que llevaran mesas hasta la terraza y las adornaran con flores y palmas. Mientras tanto, fue a recibir a sus invitados, que usaban sus mejores trajes para la ocasión. Los sirvientes tuvieron listas las mesas rápidamente, pues sabían que el rey estaba ansioso por ofrecer la comida a los presentes. Cuando todo quedó acomodado de la manera más bonita, dejaron sola la comida y entraron al palacio para llamar a los invitados.  Ese fue un gran error, porque no se dieron cuenta de que sobre la terraza del palacio volaban unos zopilotes, o chom, como se les llama en lengua maya. En ese entonces, estos pájaros tenían plumaje de colores y elegantes rizos en la cabeza. Además, eran muy tragones y al ver tanta comida se les antojó. Por eso estuvieron un rato dando vueltas alrededor de la terraza y al ver que la comida se quedó sola, los chom volaron hasta la terraza y en unos minutos se la comieron toda. 
Justo en ese momento, el rey de Uxmal salió a la terraza junto con sus invitados. El monarca se puso pálido al ver a los pájaros saborearse el banquete. Enojadísimo, el rey gritó a sus flecheros: 
—¡Maten a esos pájaros de inmediato! 
Al oír las palabras del rey, los chom escaparon a toda prisa; volaron tan alto que ni una sola flecha los alcanzó. 
—¡Esto no se puede quedar así! —gritó el rey de Uxmal— Los chom deben ser castigados. 
—No se preocupe, majestad; pronto hallaremos la forma de cobrar esta ofensa —contestó muy serio uno de los sacerdotes, mientras recogía algunas plumas de zopilote que habían caído al suelo. 
Los hombres más sabios se encerraron en el templo; luego de discutir un rato, a uno de ellos se le ocurrió cómo castigarlos. Entonces, tomó las plumas de chom y las puso en un bracero para quemarlas; poco a poco, las plumas perdieron su color hasta volverse negras y opacas. Después, uno de los sacerdotes las molió hasta convertirlas en un polvo negro muy fino, que echó en una vasija con agua. Pronto, el agua se volvió un caldo negro y espeso. Una vez que estuvo listo, los sacerdotes salieron del templo. Uno de ellos buscó a los sirvientes y les dijo: 
—Lleven comida a la terraza del palacio, la necesitamos para atraer a los zopilotes. 
La orden fue obedecida de inmediato y pronto hubo una mesa llena de platillos y muchos chom que volaban alrededor de ella. Como el día de la fiesta todo les había salido muy bien, no lo pensaron dos veces y bajaron a la terraza para disfrutar de otro banquete.  Pero no contaban con que esta vez los hombres se escondieron en la terraza; apenas habían puesto las patas sobre la mesa, cuando dos sacerdotes salieron de repente y lanzaron el caldo negro sobre los chom, mientras repetían unas palabras extrañas. Uno de ellos alzó la voz y dijo: 
—No lograrán huir del castigo que merecen por ofender al rey de Uxmal. Robaron la comida de la fiesta de Hunab ku, el Señor que nos da la vida, y por eso jamás probarán de nuevo alimentos tan exquisitos. A partir de hoy estarán condenados a comer basura y animales muertos, sólo de eso se alimentarán. 
 Al oír esas palabras y sentir sus plumas mojadas, los chom quisieron escapar volando muy alto, con la esperanza de que el sol les secara las plumas y acabara con la maldición, pero se le acercaron tanto, que sus rayos les quemaron las plumas de la cabeza. Cuando los chom sintieron la cabeza caliente, bajaron de uno en uno a la tierra; pero al verse, su sorpresa fue muy grande. Sus plumas ya no eran de colores, sino negras y resecas, porque así las había vuelto el caldo que les aventaron los sacerdotes. Además, su cabeza quedó pelona. Desde entonces, los chom vuelan lo más alto que pueden, para que los demás no los vean y se burlen al verlos tan cambiados. Sólo bajan cuando tienen hambre, a buscar su alimento entre la basura, tal como dijeron los sacerdotes.


Mitos y Leyendas: El Canancol

 Leyenda Maya del Canancol
País: México

Cuénteme, don Nico: ¿por qué pone ese muñeco con esa piedra en la mano en medio de su milpa?, pregunté un día a un ancianito agricultor.  Su cara se animó con una sonrisa de niño, en tanto que me contestaba: Sé que usted no cree, pero le diré: soy pobre, muy pobre y no tengo quien me ayude a cuidar la milpa, pues casi siempre cuando llega la cosecha, me roban el fruto de mis esfuerzos. Este muñeco que ve no es un muñeco común; es algo más; cuando llega la noche toma fuerzas y ronda por todo el sembrado; es mi sirviente... Se llama Canancol y es parte mía, pues lleva mi sangre. El sólo me obedece a mí... soy su amo. Don Nico siguió diciendo: Después de la quema de la milpa se trazan en ella dos diagonales para señalar el centro; se orienta la milpa del lado de Lakín (Oriente) y la entrada queda en esa dirección. Terminado esto, que siempre tiene que hacerlo un men (hechicero) se toma la cera necesaria de nueve colmenas, el tanto justo para recubrir el canancol, que tendrá un tamaño relacionado con la extensión de la milpa. Después de fabricado el muñeco, se le colocan los ojos, que son dos frijoles; sus dientes son maíces y sus uñas, ibes (frijoles blancos); se viste con holoch (hojillas que cubren las mazorcas). El canancol estará sentado sobre nueve trozos de yuca. Cada vez que el brujo ponga uno de aquellos órganos al muñeco, llamará a los cuatro vientos buenos y les rogará que sean benévolos con (aquí se dice el nombre del amo de la milpa), y le dirá, además, que es lo único con que cuenta para alimentar a sus hijos. Terminado el rito, el muñeco es ensalmado con hierbas y presentado al dios Sol y dado en ofrenda al dios de la lluvia; se queman hierbas de olor y anís y se mantiene el fuego sagrado por espacio de una hora; mientras tanto, el brujo reparte entre los concurrentes balché , que es un aguardiente muy embriagante, con el fin de que los humanos no se den cuenta de la bajada de los dioses a la tierra. Esta es cosa que sólo el men ve. La ceremonia debe llevarse a efecto cuando el sol está en el medio cielo. Al llegar esta hora, el brujo da una cortada al dedo meñique del amo de la milpa, la exprime y deja caer nueve gotas de sangre en un agujero practicado en la mano derecha del muñeco, agujero que llega hasta el codo.   El men cierra el orificio de la mano del muñeco, y con voz imperativa y gesticulando a más no poder, dice a éste: Hoy comienza tu vida. Este (señalando al dueño), es tu señor y amo. Obediencia, canancol, obediencia... Que los dioses te castigarán si no cumples. Esta milpa es tuya. Debes castigar al intruso y al ladrón. Aquí está tu arma. Y en el acto coloca en la mano derecha del muñeco una piedra.  Durante la quema y el crecimiento de la milpa el canancol está cubierto con palmas de huano; pero cuando el fruto comienza a despuntar, se descubre... y cuenta la gente sencilla que el travieso o ladrón que trate de robar recibe pedradas mortales. Es por lo que en las milpas donde hay canancoles nunca roban nada.   Es tan firme esta creencia, que si por aquella época y lugar se encuentra herido algún animal, se culpa al canancol.
 El dueño, al llegar a la milpa, toma sus precauciones y antes de entrar le silba tres veces, señal convenida; despacio se aproxima al muñeco y le quita la piedra de la mano; trabaja todo el día, y al caer la noche, vuelve a colocar la piedra en la mano del canancol, y al salir silba de nuevo. Cuando cae la noche, el canancol recorre el sembrado y hay quien asegura que para entretenerse, silba como el venado.
Después de la cosecha se hace un hanincol (comida de milpa) en honor del canancol; terminada la ceremonia se derrite el muñeco y la cera se utiliza para hacer velas. 

Cuentos Para Niños: Yorinda y Yoringuel

Yorinda y Yoringuel
Por:Guillermo y Jacobo Grimm

Había un castillo muy viejo en medio de un bosque muy grande y
oscuro; y en el castillo vivía sola una bruja. De día, la bruja se convertía
en gato o en lechuza; de noche, volvía a su forma de vieja. La bruja tenía
el poder de atraer a los pájaros y a las fieras, y se los comía; y si alguien
se acercaba al castillo, se quedaba encantado y sin poderse mover, hasta
que la bruja le dejaba marcharse. Y si se acercaba alguna niña, la bruja la
convertía en pájaro, la metía en una jaula de mimbre y llevaba la jaula a
un cuartito del castillo. Tenía más de siete mil jaulas con niñas convertidas
en pájaros.
Había también en aquel tiempo una niña llamada Yorinda: era más
hermosa que todas las niñas de su tierra, y quería mucho a un joven que se
llamaba Yoringuel, que pensaba casarse con ella. Les gustaba estar juntos,
y un día se fueron a pasear al bosque. Yoringuel dijo a la niña:
–No te acerques nunca al castillo.
Era una tarde hermosa; el sol brillaba entre los árboles del bosque, y
las hojas estaban doradas y verdes, y una tórtola cantaba en las ramas de
un árbol viejo. De pronto, Yorinda empezó a ponerse triste, triste, sin saber
por qué, y empezó a llorar. Y Yoringuel se puso a llorar también; se habían
perdido, no sabían cómo volver y tenían miedo del bosque. El sol ya se
estaba poniendo; Yoringuel miró a su alrededor y vio entre los árboles, allí, muy cerca de ellos, el muro
del castillo. Yoringuel se asustó, y Yorinda empezó a cantar:
♪ ♪ ♪ “Pajarillo rojo,
canta en la rama.
¡Cómo canta a la muerte
del que más ama!
¡Ay, amor!”
Yoringuel miró a Yorinda; la niña se había convertido en un ruiseñor,
y ya no cantaba con palabras, sino con trinos y silbidos. Pasó una lechuza
de ojos de fuego, voló tres veces sobre ellos y chilló: “¡Chiú, Chiú, Chiú!”
Yoringuel no podía moverse: estaba allí como una piedra,
y no podía llorar, no podía gritar, no podía mover ni una mano ni un
pie.
El sol ya se había puesto; la lechuza se escondió en unas matas, y de
las matas salió una vieja flaca, jorobada y espantosa, con ojos colorados y
nariz puntiaguda que casi tocaba con la barbilla; la vieja iba rezongando,
se agachó, cogió al ruiseñor y se lo llevó en la mano.
Yoringuel vio como se llevaba la vieja al ruiseñor, y no podía hablar,
no podía moverse. Luego la vieja volvió y dijo con una voz horrible:
–¡Hola, Zaquiel! Cuando brille la lunita en la cestita, desata, Zaquiel,
y que te vaya bien. Yoringuel sintió entonces que podía moverse; se
arrodilló delante de la vieja y le pidió que le devolviera a Yorinda;
Pero la bruja le dijo que no vería a la niña nunca más, y se marchó.
Yoringuel gritó, lloró, llamó a la vieja; pero no le sirvió de nada. Yoringuel
echó a andar y al fin llegó a un pueblecito que no había visto nunca; se
quedó allí mucho tiempo, de pastor.
Iba a veces con sus ovejas hacia el castillo, pero no se atrevía a
acercarse demasiado. Y una noche, soñó que encontraba una flor muy
roja, que tenía entre las hojas una perla grande: él arrancaba la flor, iba
hacia el castillo, y todo lo que tocaba con la flor se desencantaba; y soñó
que con la flor desencantaba también a Yorinda.
Cuando se despertó, empezó a buscar por los montes y los valles la
flor roja; y al noveno día la encontró: era roja como la sangre, y en el centro
tenía una gota de rocío, grande como la perla más hermosa. Cortó la flor
y la llevó día y noche, hasta que llegó al castillo. Y cuando estuvo a cien
pasos del castillo, no se quedó encantado, sino que pudo seguir; llegó a la
puerta, la tocó con la flor, y la puerta se abrió. Yoringuel entró en el patio
del castillo, se puso a escuchar y al fin oyó a los pájaros encantados; fue
a buscarlos, y se encontró con la bruja, que estaba dando de comer a los
siete mil pájaros de las siete mil jaulas. Cuando la bruja vio a Yoringuel,
¡cómo se puso, qué gritos dio! Chillaba, Insultaba a Yoringuel, le escupía
veneno... pero Yoringuel tenía la flor en la mano, y la bruja no podía
acercarse a él.
Yoringuel miró todas las aquellas jaulas: ¿Cuál de los pájaros sería
Yorinda? Y en esto vio que la bruja se llevaba con disimulo una de las
jaulas hacia la puerta; Yoringuel dio un salto, tocó la jaula con la flor, y
tocó también a la bruja. La bruja perdió en aquel momento su poder de
hechizar; el pájaro de la jaula se convirtió en Yorinda; Yoringuel la abrazó,
y luego fue desencantando a todos los otros pájaros, que se convirtieron
en niñas y se marcharon con Yorinda y Yoringuel, y todos volvieron a sus
casas muy felices.

sábado, 20 de junio de 2015

Cuentos Para Niños: Caperucita Roja

Caperucita Roja
Por: Jacobo y Guillermo Grimm

Había una niña tan buena y tan cariñosa, que todos la querían; y la
que más la quería era su abuelita. La abuelita ya no sabía que regalar a su
nieta: la mimaba muchísimo. Una vez le regaló una gorrita de terciopelo
rojo; la niña estaba muy bonita con ella, y no se la quitaba nunca. Y la
gente le empezó a llamar Caperucita Roja.
Un día, su madre le dijo:
-Ven, Caperucita, quiero que lleves a la abuela este pastel y esta
botella de vino. La pobre abuelita está mala, y hay que darle cosas ricas
para que se ponga fuerte. Será mejor que te vayas ahora, antes de que
haga más calor; no corras ni salgas del camino, no se vaya a romper la
botella y la abuelita se quede sin vino. Y cuando llegues a su casa, no
empieces a curiosear por todos los rincones; di primero buenos días, como
una niña bien educada.
-Descuida madre; haré bien el recado –dijo Caperucita.
La abuela vivía lejos, en el bosque, a media hora del pueblo; y
cuando Caperucita entró en el bosque se encontró con el lobo. Caperucita
no sabía que el lobo era malo, y no se asustó.
-Buenos días Caperucita -dijo el lobo.
-Buenos días lobo –dijo Caperucita.
-¿Dónde vas tan de mañana? –le preguntó el lobo.
-Voy a casa de mi abuelita –contestó Caperucita.
-¿Qué llevas en el delantal? –preguntó el lobo.
-Llevo un pastel y vino para mi abuelita, que está mala.
-¿Dónde vive tu abuelita?
-Vive aquí en el bosque, junto a los tres robles grandes, al lado de los
avellanos; seguro que has visto su casa.
Y el lobo pensó: “¡Qué gordita es esta niña, y qué tierna debe ser!
Estará mucho más rica que su abuelita. Voy a ver si me las como a las
dos”.
El lobo caminó un rato al lado de Caperucita, y luego dijo:
-Caperucita, mira qué flores más bonitas hay por aquí. ¿Por qué no
llevas algunas a tu abuela?
Caperucita miró las flores; estaban preciosas allí en el bosque, al sol.
-Sí, lobo, tienes razón; voy a coger un ramo para mi abuelita. Es muy
temprano y tengo tiempo.
Salió del camino y empezó a coger flores; y siempre veía una flor
todavía más bonita un poco más allá, y de esta manera se fue alejando del
camino, y el lobo echó a correr para llegar antes a casa de la abuela; llegó
y llamó:
-¿Quién llama? –preguntó la abuela.
-Soy Caperucita, y te traigo pastel y vino. ¡Ábreme, abuelita!
-¡Corre el cerrojo! Yo estoy muy floja y no me puedo levantar.
El lobo corrió el cerrojo, abrió la puerta, saltó hacia la cama de la
abuela y se la tragó. Y luego se puso su ropa, se ató su gorro, se metió en la
cama y cerró las cortinas.
Caperucita, en el bosque, tenía ya un ramo muy grande; no le cabía
ni una flor más. Echó a correr y llegó a la casa de su abuela. Le extrañó ver
la puerta abierta; y al entrar en la habitación, sin saber por qué, se asustó
un poco, y pensó:
“¡Qué raro! No sé por qué estoy asustada, con lo que me gusta venir
a casa de la abuela”
Y entonces se acercó a la cama y dijo:
-Abuelita, buenos días.
Nadie le contestó; la niña descorrió las cortinas de la cama, y allí vio
a su abuela muy tapada y con el gorro de dormir metido hasta las narices.
-Abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
-Para oírte mejor...
-Abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
-Para verte mejor...
-Abuelita, ¡qué manos tan grandes tienes!
-¡Para cogerte mejor!
-¡Ay, abuelita! ¡Qué boca tan grande tienes!
-¡Para comerte mejor!
El lobo dio un salto y ¡se tragó a Caperucita! Ya había comido bien,
y se volvió a meter en la cama y se quedó dormido. Empezó a roncar, a
roncar con unos ronquidos tremendos, y un cazador que pasaba por allí, al
oír aquellos ronquidos, pensó: “¡Caramba con la abuelita, qué manera de
roncar! Voy a entrar, no sea que se encuentre mal”.
El cazador entró, se acercó a la cama, vio al lobo dormido y dijo:
-¡Ya te contaré, viejo bribón! ¡Con el tiempo que llevaba buscándote!
El cazador iba a matar al lobo de un tiro; pero de pronto pensó que
a lo mejor el lobo se había comido a la abuela, y en lugar de disparar su
escopeta, buscó unas tijeras y le abrió al lobo la barriga, por si la abuela
estaba aún viva. Y, al primer tijerazo, vio una cosa roja, y era caperucita; y
en seguida salió la niña, gritando:
-¡Ay qué susto más grande! ¡Ay, qué oscuro estaba en la barriga del
lobo!
Y la abuelita salió también, medio muerta de miedo. Caperucita
buscó en seguida piedras bien grandes, le rellenó al lobo la barriga de
piedras, y cuando el lobo se despertó y quiso echar a correr, se cayó al
suelo, porque las piedras pesaban mucho. Se cayó, reventó y se murió. Y
Caperucita, la abuela y el cazador se pusieron muy contentos; el cazador
se quedó con la piel del lobo; la abuela se comió el pastel y se bebió el vino,
y se puso buena. Y Caperucita dijo:
-Ya no volveré a desobedecer a mi madre, y no saldré del camino
cuando vaya sola por el bosque.